1989
1989
25 DE ENERO
La
mañana estaba fresca y me había despertado más temprano que de costumbre. Aparté la manta y sentí frío. Me dirigí a la
ventana para abrir una claraboya borrando los arabescos que la helada teje
sobre los vidrios. Me gusta contemplar
esos dibujos y pensar que tienen algún significado misterioso. Hay algo atractivo en esos trazos que
proporcionan placer y sosiego. No es
superstición, es la aceptación de un arte superior, espontáneo, natural: la
nevada de la noche plasma sus líneas en medio de la soledad y el silencio.
Afuera
los gorriones picoteaban la nieve fresca como mirándose sobre su faz
límpida. Allá, las cornejas, esos
pajarracos negros y sombríos, se disputaban un desperdicio. Los pasos de los transeúntes apurados se
alternaban con el crujir de las palas de las mujeres que limpiaban las veredas,
apartando la nieve y arrojando arena sobre las mismas para evitar el
resbalamiento. Más allá, el bosque de
abedules inmóviles, bajo una ráfaga menuda de nieve, configuraba un paisaje
desolador. “- Debe ser más triste morir
en invierno”- pensé mientras apuraba los últimos sorbos del té aromático y
caliente.
Me
puse el abrigo y, antes de partir hacia el hospital 64, compre los diarios: el
Pravda y la Komsomolka. Hacía bastante
frío.
Pensaba
en muchas cosas, repasando mecánicamente las páginas de los periódicos sin
leer, que no noté cuando y cómo empecé a desplazarme en el tranvía.
Viajar
en los tranvías de Moscú es como viajar a otros tiempos pasados, como vivir en
otra época. Viejos y descoloridos se
mueven sobre sus rieles con sonido estridente.
Yo viajaba en tranvía para pasear, contemplar la ciudad, darle rienda
suelta a mis ideas, soñar despierto y en fin huir del hastío de la realidad.
Viajar
en tranvía es para mí una ociosidad necesaria para escapar de la multitud
sobresaltada, siempre como en busca de algo.
Así, meditando en el tranvía lograba encontrarme con mi yo, diluido en
las preocupaciones cotidianas, en la rutina pegajosa y adversa.
Llegué
al mercado Cheremushki y de allí caminé hasta el hospital. Recordé que en el hospital 64 me inicié en
las prácticas médicas. Entonces todo era
una incógnita y había mucha ilusión y esperanza y alegría. Nunca pensé que participaría en el entierro
de uno de mis profesores.
Estudiantes
y profesores ya estaban reunidos cerca de la morgue, una construcción vieja,
pequeña y sombría que en otros tiempos había servido de capilla. Algunos fumaban y conversaban en voz
baja. Entendí que no se realizaría un
velorio al estilo que yo conocía. Aquí,
por lo general, el cadáver reposa en la morgue, luego se realiza un acto
fúnebre o mitin antes de partir al cementerio.
Todo culmina con la comida de exequias o pominki. Allí se come y se bebe por la memoria del
difunto. Un vaso de vodka en el centro
de la mesa simboliza el trago del que ya no está. Se brinda por turno y cada uno habla de las
mejores cualidades del amigo que partió.
Entramos
al pequeño recinto de la morgue. En el
centro reposaba el cadáver de mi profesora de fisiopatología, Tatiana
Kazanskaia. Me la imaginé deambulando
por la calle Miklujo Maklaia, merodeando por la Facultad de Medicina, entrando
a su laboratorio del tercer piso con unos conejos para sus experimentos. Los aparatos, los tubos de ensayo, los
animales inmovilizados en las mesas y los hombres y mujeres en batas blancas
daban al laboratorio de Tatiana Kazanskaia una atmósfera de seriedad. A mí me parecía que había un misterio de
alquimia y ciencia moderna en todo aquello.
Todos
de pie, en aquella estancia triste y húmeda, contemplábamos el cadáver de la
profesora que reposaba en un ataúd rústico, de madera recién trabajada y
cubierto con fieltro rojo: era miembro del partido comunista.
Frolov,
el decano de la facultad de medicina y jefe de la cátedra de fisiopatología,
declaró abierto el mitin fúnebre. Le
temblaba la voz, estaba demacrado y lloraba desconsoladamente. “Es un absurdo”, repetía una y otra vez.
Casi
todos los presentes fueron interviniendo.
Se habló de la calidad humana de Tatiana Alexandrovna, se recordaron
situaciones cuando ella prestó su colaboración para solucionar un
problema. Dejaba un gran vacío con su
partida. Una mujer pequeña, regordeta
con su cara de rata colorada reconoció la bondad y el amor por el trabajo de la
difunta. No sabía que pensar mirando a
la mujer con cara de rata colorada.
Había sido una enemiga a ultranza de la profesora, una detractora
despiadada. Pero nadie debía alegrarse
con la muerte de su enemigo, dijo un filósofo.
Quise decir algo, alguna cosa buena sobre mi profesora, pero no me
atreví. Recordé que hace algunos días
atrás la profesora había celebrado su cumpleaños. Tal vez levantó una copa y brindó cuando lo
desearon muchos años más, con esa etiqueta para la ocasión muy a la rusa. “Le deseo, estimada, largos años, salud
siberiana, de bagatir, muchísimos éxitos en su vida privada y en le
trabajo”. Esa muletilla era algo común y
corriente en los banquetes de ese tipo, aunque se pronunciaba tratando de ser
original. Le seguía un vaso de vodka,
una copa de champaña o rara vez un brandy.
La vodka casera o samagón era frecuente.
El
decano declaró cerrado el mitin fúnebre y se hizo una pausa, un silencio como
para meditar.
Partimos
hacia el cementerio por la avenida Lenin.
El cortejo fúnebre se componía de dos buses viejos y grises, en uno de
los cuales iba el féretro. Eran como las
dos de la tarde y el cielo moscovita estaba tan nublado que ya empezaba a
oscurecer. En los buses estábamos
compungidos y callábamos. Con el ritmo
agitado de todos los días la gente se movía por la nieve enlodada de las
aceras.
Llegamos
al cementerio de Vaganskoe. En la
entrada una estatua de Vissostki, el trovador ruso más famoso, no puede ser más
elocuente: de pie con las manos atadas a la espalda y en actitud desafiante, sus
labios marmóreos parecen estar prestos para entonar una canción. Creo que el escultor cuando trabajó en esta
obra pensó en Prometeo.
A
un lado del cementerio se encuentra una capilla con sus iconos y velas
encendidas. A mi me pareció que los
organizadores del entierro estuvieron deliberando si era pertinente o no llevar
el cuerpo de la profesora hasta ese recinto religioso. Privaron las convicciones ideológicas y el
ataúd fue colocado sobre un trineo para ser arrastrado al interior del
cementerio hasta la fosa. Pero Frolov era partidario de entrar a la capilla.
Cuando le pregunté el por qué de su posición, siendo todos ateos, contestó sin
vacilar: “por si acaso”. Nos fuimos
deslizando lentamente con nuestra carga.
Muchos llevábamos coronas con flores naturales. Luego hubimos de esperar cierto tiempo por
nuestro turno: en ese momento se realizaban varias inhumaciones en el
cementerio y había una sola orquesta fúnebre para todas las ceremonias. Milicianos se desplazaban con mucha destreza
en esquís para mantener el orden.
De
pie, cerca de la fosa, esperábamos bajo los árboles sin hojas y
escarchados. Montones de nieve cubrían
las tumbas vecinas. El viento arrastraba
esos cúmulos blancos y fríos y nos golpeaba en el rostro constantemente. Un manto de nubarrones grisáceos cubría el
cielo.
La
orquesta empezó a tocar una música triste y muy pausada. La lentitud del ritmo imponía más dolor al
momento.
El
ataúd fue bajado a la fosa al compás del himno nacional soviético. Muchos le lanzaron monedas. Luego en platos improvisados de papel se
repartió la kutiá: comida típica rusa después del entierro que consiste en
arroz con pasas.
De
regreso caminamos hasta el Metro.
Teníamos los pies húmedos, el bigote congelado y estábamos moqueando.
-
Es bueno tirarnos unos tragos de vodka al galillo -, dijo Pedro, un
amigo centroamericano que estudiaba también medicina.
Hablamos del sentido de la vida, de lo
incomprensible de la muerte y de lo absurdo de lo eterno. Bebíamos y pasábamos la vodka con pepinillos
salados y pedazos de tocino con pan negro.
-
Estas vainas lo ponen a pensar a uno -, dijo Pedro. Yo observaba por la ventana la calle
solitaria. El viento rugía y movía
constantemente una puerta que daba un golpe seco. La luz tenue de los faroles y la caída lenta
de la nieve hacía más melancólica la noche.
- Es mas triste morir en
invierno-, pensé mientras apuraba una copa de vodka.
5 DE FEBRERO
Estoy
trabajando duro, afinando lo referente a la tesis .Espero con ansiedad la
culminación del invierno para que la temperatura sea un poco más caliente. La
televisión rusa habla de la toma de posesión del nuevo presidente de Venezuela
el 2 de febrero. Los periódicos también
escriben artículos sobre el tema.
22 DE JUNIO
Ya
empecé a tramitar mis documentos para la defensa de mi tesis y también para
viajar. Es verano la mayoría de las instituciones educativas están con las
puertas cerradas. Debo publicar un trabajo, que ya escribí, sobre mi tesis. Un
folleto para enviarlo a todas las bibliotecas de país. Vivimos en el
apartamento nuevo de Natalia en Borovskoe Shoce.
8 DE AGOSTO.
Natalia
y yo partimos en tren hacia Paris. Casi a las 9 de la noche salimos de Moscú
rumbo a Brest, capital de Bielorrusia y
frontera de la Unión Soviética con Polonia. Llevamos morrales con
enlatados para un viaje rasante por varios países.
9 DE AGOSTO
Llegamos
en la tarde en Paris, luego de pasar por
Alemania y Bélgica. Buscamos la dirección de un venezolano, pero no lo
podemos ubicar. Damos vuelta por la ciudad y más tarde regresamos a la estación
de trenes. Veo el trato que los franceses dan a los extranjeros y me parecen
racistas. No entiendo lo que dicen, pero se puede suponen que no son cosas
buenas porque gritan y andan con unos enormes perros que ladran tanto como sus
amos.
10 DE AGOSTO
Vamos
a los campos Elíseos y después de posar a
lado de la estatua de Bolívar vamos a
tomar café. Luego en el Arco de
Triunfo buscamos el nombre de Miranda. Un sentimiento patrio tal vez me guía.
Por el Metro llegamos hasta la Bastilla o el obelisco que queda de ella. Por
supuesto que subimos a la torre de Eiffel.
11 DE AGOSTO
En
el Louvre no tenemos tiempo para ver tantos tesoros por eso trazamos un plan
para buscar lo que más nos interesa. Hacemos la cola para cercarnos a la Mona
Lisa. Intento tomarle una foto pero un vigilante me lo impide. Mi cámara
fotográfica es muy grande y no puedo ocultar mis intenciones. Unos japoneses
tienen unos aparatos diminutos y logran burlar la vigilancia. Luego buscamos la
Venus de Milo, a la que logro fotografiar; Victoria de Samotracia, el Escriba
Sentado y el Código de Hammurabi. Mis pasos están signados por el recuerdo de
una asignatura de bachillerato que impartía un viejo profesor español, Heleno
Toledo, en Las Mercedes del Llano. Decía Toledo en las clases de Educación
Artística que había que dibujar el arte antiguo para ser menos ignorantes.
Precisamente lo que garrapatee en sus exámenes fueron la Venus de Milo y el
Escriba Egipcio. A Natalia le impresiona el Esclavo muriéndose de Miguel Ángel
y la Joven Mártir de Paúl Delaroche.
14 DE AGOSTO
Estamos
de regreso. Llegamos a Brest. Conocía a Bielorrusia a través de los relatos de la guerra. Para los rusos la segunda guerra mundial
empezó por la frontera de Bielorrusia, específicamente por Brest. Minsk, la
capital de esa república, fue destruida y en los bosques de Polesie hicieron la
guerra de guerrillas los partisanos. Lo
de la Fortaleza y Jatyn son cosas que después de conocerlas, de oírlas, te
impresionan y nunca las olvidas.
Hablaré
primero de Jatyn, un pueblito quemado por las huestes hitlerianas con todos sus
habitantes. Los nazis encerraron en un
establo a los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños. Los rodearon de paja, rociaron con gasolina y
prendieron fuego. Disparaban contra el
que intentaba escapar. Pero una de las
víctimas logró huir con su hijo. Le
acribillaron el niño entre las manos y a él lo dieron por muerto. Contó la historia. La imagen de un hombre con rostro de dolor y
de espanto, y de un niño muerto en sus brazos, estremece, angustia, provoca
tristeza, rabia y un sentimiento de identificación solidaria. El hombre con el niño muerto, el fuego, el
humo asfixiante y los gritos desesperados son una evocación inevitable cuando
escuchas las campanas de Jatyn…
De
Minsk recuerdo sus calles amplias, sus parques y prados, la plaza de la
Victoria y Teatro Académico “Yanka Kupalaª.
Brest, a orillas del río Mujavéts, parece tranquila. Tal vez por las zonas verdes: allí el sosiego
de un abetal, hacia otro lado, los abedules claros. Aquí mismo un pinar, un robledal que da mucha
sombra.
La
Fortaleza de Brest se encuentra cerca del río Bug. Yo había oído y leído sobre el heroísmo de
los defensores de ese fuerte militar.
Los alemanes atacaron en la madrugada, inesperadamente, de
sorpresa. Lucharon los de la fortaleza
hasta más no poder, no se rindieron, pero lo barrieron. Lucharon muchachos sólo por ideales, por
patriotismo. Tuvieron la muerte
romántica de los espíritus puros, inocentes.
La
entrada a las ruinas de la Fortaleza de Brest es una estrella grande en un muro
de concreto. La gente en silencio pasea
y contempla las huellas de un pasado terrible.
Te preguntas para que sirve la guerra.
Los hombres pelean, se matan, hacen las paces, lloran a sus muertos y
luego recuerdan con amargura lo sucedido.
Una música triste se escucha en
los recintos de la Fortaleza de Brest.
Te sientes como en un cementerio.
La voz de Levitán, el más famoso locutor ruso de la guerra, estremece
las paredes rotas y las almas. Anuncia
el inicio de la guerra. Luego escuchas
ruidos: bombas, estampidos, disparos. Te
sientes como en la guerra, temes, piensas en aquellos años, en los hombres que
tenían familias y muchos sueños por realizar, en las mujeres llorosas que
acompañaban a sus esposos y veían impotentes como partían al frente, en los
niños que quedaban sin papá. Piensas en
ese destino como algo un poco nuestro.
Sigues
caminando y observas pedazos de ventanas, troncos de árboles, balas incrustadas
en el concreto, restos de metralla…
Un
momento, un busto de soldado, un rostro con facciones duras de arropa, te
observa como juzgando todo y a todos.
Esa cabeza tallada en piedra refleja el dolor y lo inútil de la
guerra. Los pinos a su alrededor, con su
verde festivo, parecen ser la esperanza.
Ves
las ruinas, escuchas la música fúnebre, piensas en la muerte y en el sentido de
la vida.
20 DE OCTUBRE
Moisés
Alperovich publico el libro “Francisco de Miranda y Rusia”. Creo que lo más
resaltante del libro es que trata de demostrar que no existió ningún idilio
entre el Precursor y Catalina II. Alperovich revisó todos los archivos de
Miranda. Investigó documentos en Moscú, Leningrado, Viena y otras capitales
europeas. Concluyó que “las innumerables
aventuras amorosas de Miranda realmente
se reflejaron de modo muy completo en las páginas de sus diarios, en extremo
pormenorizado, con detalles picantes, describiendo vínculos incidentales con
sirvientas, rameras y demás mujeres nobles de familias distinguidas. Pero no
hay insinuación de un romance con Catalina.”
1 DE NOVIEMBRE
Ya han caído varias nevadas. La perestroika
avanza. Se siente una mayor democratización de la vida política, pero hay
escasez de productos alimenticios que sólo se consiguen con tarjetas de
racionamiento. El gobierno afirma que es un boicot de la oposición camuflada.
Dicen camuflada porque oposición abierta o legal no existe en la URSS.
Hoy
se realizó la defensa de mi tesis para optar al título de Ph.D en Medicina en
las salas de mi alma mater , la Universidad Patricio Lumumba.
En Moscú empezaban las primeras nevadas que se
derriten al momento de caída acogedora y voluptuosa, presagio del invierno
ruso, blanco y crudo.
Pertenecen
al pasado cuatro años de estudios de postgrado, además de los siete de
pregrado, en los centros hospitalarios de Moscú. Los experimentos con conejos
en los laboratorios de la universidad y las largas noches de lecturas y
borradores que parecían infinitas. Con nostalgia recuerdo mis visitas a la
Biblioteca Central de Medicina de la
URSS, a la de Lenguas Extranjeras , y a la de Lénin, en cuyos recintos
espaciosos, limpios y silenciosos se respira un halo de majestuosidad
científica.
En
la víspera del acto final para presentar la tesis pensaba tanto en las cosas
que menciono que no pude conciliar el sueño y bajé tres kilogramos en una
noche.
En
la defensa hablé bastantes, hasta por los codos. Los amigos dicen que lo hice
bien. A las preguntas contesté casi sin pensar, y en forma correcta, por lo
visto. Los del jurado hablaron para alabar mi trabajo y votaron a favor. En mi
discurso final agradecí al pueblo soviético la ayuda brindada en la
universidad, al partido comunista de la URSS, siempre monolítico. También
abogué por la construcción del socialismo y desee la pronta llegada del
comunismo.
Unos
días antes de la defensa pública sentí más tristeza que miedo. Tal vez porque
en esta etapa que se cerraba también suponía el fin de un ambiente juvenil, de
camaradería entre colegas que investigan algún tema científico; o porque pronto
tendría que partir definitivamente de Moscú.
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