2009
JUEVES, 1 DE ENERO
Regresamos
a casa. En los pasillos del Metro los indigentes duermen en el suelo junto a
los perros callejeros. Unas mujeres, con botellas de champaña en mano, cantan
estridentemente el himno nacional, pero el soviético. ¿Nostalgia? Sopla un
viento muy frío y el suelo se ha congelado. Fuegos artificiales se disparan
desde los balcones. Celebramos hasta el amanecer.
Me despertó el teléfono. No tengo idea de la
hora. Llama Valentín Vasilevich , el padre de Lida, desde Siberia. Me habló de
su dacha, de los ladrones que no lo dejaban en paz. Dice que hace un frío
terrible, pero que se las arregla con su chimenea y con dos tragos de vodka.
Tiene casi 80 años y está semiparalizado después de un accidente
cerebrovascular…
VIERNES, 2 DE ENERO
15 grados bajo cero.
Voy al templo de Pedro y Pablo en la región
de Iasenevo. Data del siglo XIV cuando fue construido de madera. Iasenevo era
un caserío cerca de Moscú perteneciente a un príncipe en 1331. Luego Iván El
Terrible lo adquirió hasta que llegó a manos de Pedro El Grande, quien desde
niño lo visitaba con su padre. La iglesia fue sustituida por la actual, de
piedra, y en estilo barroco en 1753. En 1822 en este templo se casaron María
Volkonskaia y Nicolai Tolstoy, padres del gran escritor Lev Tolstoy. En
1930 Stalin cerró el templo y lo
convirtió en un depósito para las granjas agrícolas. Fue restaurado en 1976, y
en 1989 fue regresado a la iglesia ortodoxa. El templo conserva parte de los
restos de algunos preclaros hombres de la iglesia: los apóstoles San Andrés y
San Lucas, San Cosme, San Damián y otros.
Me paseo por las dos salas amplias del templo.
El pope, un anciano de larga barba y con sotana amarilla, sostiene un crucifijo
en sus manos. Hay una cola para besarle las manos y el Cristo. Hago lo que
todos hacen, tal vez, por la recomendación de hacer lo que uno ve a donde
llegue.
En las afueras un pope joven, con sotana
negra, pasea a su hijo en un coche. Lo acompaña su esposa. El día es claro. La
nieve cruje bajo los zapatos.
A las 4 de la tarde vamos a la casa de Katia,
la hija de Serguei. En bus viajamos hacia el oeste de la ciudad. El paisaje lo
conforman árboles desnudos cubiertos de nieve, aunque también hay pinos con sus
hojas verdes. Una media luna nos acompaña durante el recorrido. Veo un gran
aviso con el rostro un revolucionario barbudo conocido por todos y un letrero:
VENTA DE AUTOMOVILES COMADANTE CHÉ GUEVARA.
Llegamos a una urbanización que parece un
pueblo aparte, pero es una región de Moscú. Tolia, el esposo de Katia,
descorcha una botella de vino tinto y habla de la felicidad: en el socialismo
la felicidad tenía límites, todos eramos iguales y las metas estaban
preestablecidas; ahora, en el capitalismo, no somos iguales, las metas no están
claras, por eso la gente es menos feliz y se suicida más .Termina su exposición
afirmando que estamos en la
Rusia de las novelas de Gogol, Dostoyeski y Tolstoy.
SÁBADO, 3 DE ENERO
15
grados bajo cero.
Hay
una tormenta. El viento arrastra con fuerza porciones de nieve que se incrustan
en los árboles. Los caminos desaparecieron. En la entrada de la residencia, dos
viejitas conversan sentadas en un banquillo. Les oigo decir que no se imaginan
la vida sin el invierno ruso, sin la nieve. Antes de salir muevo el control de
tv. Un hombre explica porque todavía se pasan películas soviéticas: la
industria de cine actual no produce lo que producía la socialista y por lo
tanto no se da abasto. Un arquitecto se queja por la destrucción de monumentos
históricos en los últimos 5 años para construir centros comerciales.
Interesante lo que dice el diputado Zhirinovski. Él y su grupo parlamentario
intentan aprobar una ley para limitar el número de escaños por partido en la Duma. No debe sobrepasar
el 40 %. Luego remata: “No hay en Europa un parlamento en el cual un partido
tenga más del 40 % de los diputados. Porque tienen leyes que restringen la
cantidad de representantes para evita la hegemonía. Cuando hay monopolio de un
partido no hay progreso”.
Natalia, Natalí y yo vamos al Park Kulturi.
Jóvenes patinan y esquían. Muchos pinos conservan su verdor. En los espacios
semicerrados los pintores exponen sus obras sin muchos espectadores. Caminamos
hasta Arbat . Pasamos por la casa donde vivió sus últimos años Gógol. Una placa
y un monumento recuerdan al escritor. En el sitio de Nikiski Borota entramos a
la iglesia del Reverendísimo Fioder, un santo nacido en Constantinopla en el
siglo VIII. La iglesia fue construida en 1626. En este templo fue bautizado, se
casó y solía rezar el Generalísimo Alexander Suvorov, gloria y orgullo del
ejército ruso: jamás fue derrotado, a pesar de que combatió innumerables veces
en Europa. En 1927 la revolución expropió el templo para derrumbarlo. Se lo
asignaron a una institución científica. En 1991 fue devuelto a los ortodoxos.
Cerca
está el Gran Templo de la
Ascensión del Señor. Fue levantado en 1619 de madera. El
Mariscal Potemkin lo empezó a reconstruir en piedra, pero no pudo ver su obra
porque murió en 1791. Pushkin se casó con Natalia Goncharova en 1831 estando el
templo aun en construcción. Los supersticiosos han encontrado algunas señales
negativas para el poeta, quien no tenía dinero para comprarse la vestimenta
necesaria y le pidió prestado el frac a un amigo. Con ese frac enterraron a
Pushkin. Durante la ceremonia nupcial sopló un viento fuerte que le tumbo la
vela al novio, quien después rozó una cruz que se fue al suelo. Más tarde, en
el intercambio de anillos, uno se cayó. El bardo estaba pálido, dicen, tal vez
por los sucesos premonitorios: el matrimonio no funcionó y los celos terminaron
en el duelo fatal que lo llevó a la tumba. El templo se terminó en 1848 y fue
cerrado en 1931 por los comunistas. No lo derrumbaron por respeto al padre de
la lírica rusa, pero quemaron las imágenes y lo usaron como depósito para
cajas, y hasta de garaje. El campanario lo echaron abajo y en su lugar hicieron un jardín con la
estatua del escritor Alexei Tolstoy (famoso por su trilogía sobre Pedro I),
quien vivía frente a la iglesia.
En la tarde llegamos a Arbat. Buscamos a un
pintor para el retrato de Natalí. Encontramos a un gigantón uzbeco, quien
vive con sus otros compañeros en los
sótanos sucios y fríos de unos edificios abandonados. Resultó un nostálgico del
socialismo (su país quedó sin la asistencia rusa), un mal hablado y un peor
artista del pincel. En la noche celebramos el cumpleaños de Natalí, quien está
muy contenta con el regalo.Sobre la mesa hay
caviar, vodka y champaña.
DOMINGO, 4 DE ENERO
19
grados bajo cero.
Unos pájaros cantan por la ventana. Veo unas
películas soviéticas. Todas con el mismo argumento revolucionario: buscan a los
traidores a la patria. Pienso, retrospectivamente, que más rápido los hubiesen
encontrado con solo mirarse en un espejo, pues se acusaban los unos a los
otros. Nos paseamos por las estaciones
del Metro, que son verdaderos museos. El río Moskvá está congelado. Una mujer
embarazada entra al vagón con un niño en sus manos. Suplica limosnas. Con ese
cuadro patético nunca me encontré en la Rusia socialista. En la estación del Metro
Ploshad Revolutsi (¡Todavía se llama así!) está una estatua, entre muchas
hermosas de bronce, de un soldado con un perro. Todos pasan y tocan el perro.
Lo acarician suavemente y siguen. Es un rito, una manifestación del carácter
religioso de los rusos. Nosotros también lo hacemos. Las caricias han dejado su
huella sobre el perro y es notable la erosión en la anatomía metálica del
animal. Hay una estación en honor a los guerrilleros soviéticos de la Gran Guerra Patria,
como llaman los rusos la segunda guerra mundial. Se denomina Partizanskaia.
Allí está una estatua enorme de Zoia Kosmadamianskaia, una heroína que recuerda
lejanamente a Juana de Arco. En las aldeas los alemanes vivían en las casas de
los rusos, sobre todo en el periodo de las nevadas. Stalin emitió un ukaz de
tierra arrasada contra el enemigo. Zoia cumplió el decreto al pie de la letra:
quemó los ranchos en los campos para que los alemanes se murieran de frío. Pero,
claro morían también los rusos dueños de las moradas. Los alemanes la colgaron.
Ahora que la historia es revisada (siempre será revisada, nadie nunca escapará
de ese juicio) muchos opinan que no reúne lo requisitos para que se le venere
como heroína, pues la tal Zoia fue entregada a los alemanes por los propios rusos que veían en ella un
azote que los dejaba sin abrigo en pleno hielo invernal. Además, muestran hasta
sus historias clínicas de paciente siquiátrica para desacreditarla.
LUNES, 5 DE ENERO
14
grados bajo cero.
Un
gorrión salta de un árbol a otro. El
gorrión tiene el mismo color grisáceo de los árboles desnudos. El ave se posa
sobre la nieve y luego vuela hasta su nido sobre un abedul muy alto.
En la noche vamos al restaurant Glavpivtorg.
Está ambientado en los años setenta y ochenta del siglo XX, y la música es de
esa época. Sirven una bandeja de tragos
que llaman la locomotora: infusiones alcohólicas y vodkas de distintos sabores.
Lida, Katia , esposa e hija de Serguei, respectivamente; Natalia, Natalí y yo
brindamos por la navidad que se va, por el invierno ,y porque son otros tiempos
mejores sin persecuciones políticas y colas enormes en los mercados. Todos
bailamos. Dos jóvenes se acercan a nuestra mesa con una petición a quema ropa:
quieren pedir las manos de Katia y Natalí. Les decimos que una ya es casada y
la otra no tiene la edad. Reímos y sigue la fiesta. Por los ventanales se ve la nieve
caer bajo una luz tenue. El termómetro de la calle marca 20 grados bajo
cero. La gente camina apresurada. La orquesta toca la Bamba en perfecto español.
En el segundo piso hay una biblioteca, porque se supone que el bar es para
intelectuales, gente de trabajo, pero del siglo pasado. Allí están las obras de
Marx y Lénin; y es casi seguro que están solamente en este sitio público cumpliendo la función decorativa que les
impuso la rueda dialéctica de la
historia de la que tanto hablaron ellos. De regreso caminamos un largo trayecto
hasta el Metro. Una placa recuerda que allí trabajó Andropov, uno de los
últimos jerarcas soviéticos. La
KGB está del otro lado de la calle. En el medio está la
redoma donde una vez estuvo imponente la estatua de su fundador, Félix Dezhenki .Ahora allí hay una piedra que
simboliza las cárceles de los reprimidos en la era soviética. Por supuesto, la
piedra no está sola: un arbolito navideño la acompaña.
MARTES. 6 DE ENERO
13
grados bajo cero.
Hoy se celebra la navidad ortodoxa. Los
templos están llenos de feligreses. La televisión muestra las peregrinaciones y
se habla de la unidad entre el gobierno y la iglesia. Los políticos, diputados, artistas e
intelectuales hablan de la importancia de la fecha para la nación. Todos, o
casi todos , están de acuerdo en que el cristianismo es muy necesario y
destacan su vital papel en el desarrollo
cultural y espiritual del pueblo ruso.¡
Qué tiempos aquellos cuando la religión era el opio del pueblo!
MIERCOLES, 7 DE ENERO
11-13
grados bajo cero.
La mañana es oscura. Lida, Natalia, Natalí y
yo vamos a la estación de trenes Iaroslavski. Nos dirigimos a Serguei Posad, un
sitio famoso de peregrinación visitado por miles de creyentes y turistas .El
lugar está dedicado a San Sergio, quien lo fundó en 1337 como un exilio espiritual, luego de la
invasión tártara. Los bolcheviques le quitaron ese nombre y le pusieron el de
uno de sus compañeros revolucionarios: Zagorsk. .Pero las cosas vuelven a
llamarse como siempre se llamaron. Por altavoces anuncian las medidas que deben
tomar los pasajeros para advertir posibles ataques terroristas.
Nuestro tren se desplaza a través de un bosque
de árboles semidesnudos cubiertos de nieve. Sobre un puente unos hombres
pescan. Lanzan sus anzuelos sobre un río congelado parcialmente: pedazos de
hielo se combinan con pequeños pozos de agua. Muchos trenes pasan al lado del
nuestro en distintos sentidos. Hay unos espacios claros con abundante nieve.
Nos acercamos a un pueblo. Entre unos pinos verdes está una pequeña iglesia .
El viento sopla fuerte y la nieve vuela hasta los techos de las casas. El humo
sale de algunas chimeneas. Pasamos por ciudades no muy grandes: Pushkino,
Pravda. Viene un bosque intrincado de pinos y abedules. Afuera hace mucho frío.
Eso se deduce por la vestimenta pesada de la gente que vemos. La calefacción
del tren es muy buena. El cielo grisáceo y triste de pronto es atravesado por
una bandada de pájaros. Sorprende un grafiti en un pared con una hoz y un
martillo. Aquí los comunistas volvieron a su etapa inicial revolucionaria
clandestina en un irónico giro del
materialismo dialéctico: lo único eterno es el cambio, nada es para siempre.
¡Vivan Hegel y Marx¡
Sobre los lagos congelados los muchachos
juegan, patinan y esquían. Otros se desplazan en trineos movidos con velas,
como carabelas, aprovechando los vientos
fuertes.
En Serguei Posad hay muchas iglesias. En el
1380 el príncipe Demetrio del Don visitó
a San Sergio para pedirle la bendición antes de partir a Kulikov, donde derrotó
a los tártaros. Desde entonces el monasterio es considerado sagrado y cada ruso
lo visita por lo menos una vez en la vida.
Los popes cantan misas y reparten en teteras
una bebida sagrada . Me ofrecen una taza y compruebo que es vino tibio con agua. En los patios el viento sopla
fuertemente. Allí está la tumba de Boris Godunov, el zar que usurpó el poder e
inspiró una obra trágica a Pushkin y también una opera a Mussorgski. Recuerdo a
Gogol, quien hizo una visita a Seguei
Posad para rezar por la salud de su madre. En muchos de
estos monasterios el escritor recogía piedras para conservarlas como reliquias.
Tomo del suelo un pedazo de ladrillo desprendido de uno de los viejos templos.
Las palomas se acercan a los visitantes en busca de comida. Son tan mansas que
se posan sobre nuestras cabezas y en las manos.
De un pozo la gente toma agua bendita que vierte en botellas. Tiene
propiedades curativas, dicen.
Regresamos
en bus. Presto atención a las casitas rodeadas de sosulki o carámbanos y que le
dan un aspecto de reja al revés.
JUEVES, 8 DE ENERO
20
grados bajo cero.
Ayer Lida citó un párrafo de un libro de Gilerovski. Allí el escritor anota: “Cuando
el pueblo se convierte en público corre
el peligro de ser manipulado”. Interesante frase para reflexionar.
El día es feriado por la navidad que aún
continúa celebrándose. Las calles están vacías .Natalia y Natalí se quedan en
casa para tomar el té. Voy a Kitai Gorod, una de las regiones más antiguas de
Moscú. Parte del muro construido desde el 1534 aún se conserva. Es citada desde
el siglo XI. . Por este camino partió el
príncipe Demetrio en 1380, para combatir a los tártaros. Rezó en una pequeña
iglesia de madera. Después de la victoria en Kulikovo ordenó reconstruir el
templo en piedra, ahora llamado de Todos los Santos en Kulishki. Entro al
mismo. Allí hay un cuadro de la
Virgen María , pintado por el propio San Lucas, dicen. Lo
tenía una de las primeras sectas cristianas que vivía en Egipto. Le rezan para
curar la infertilidad, el dolor de cabeza, las hemorragias.
A
esta iglesia perteneció otro cuadro de la Virgen María usado
para combatir la peste. En 1771 un cura contó lo que había soñado: la
enfermedad se debía porque la gente no rezaba lo suficiente. El pueblo entonces
empezó a venir para cumplir sus obligaciones religiosas, pero la enfermedad se
diseminaba más por el hacinamiento. Retiraron el icono y el pueblo reaccionó
con un levantamiento que dejó muchos muertos.
Stalin
cerró la iglesia en 1930 , la cual funcionó como sede de la policía secreta.
Aquí fueron fusilados los adversarios de los bolcheviques. Hace 30 años Natalia
y yo vivimos al frente y nunca oímos hablar de esos fusilamientos. Por
supuesto.
Estoy en
Várvarka. Los bolcheviques llamaron esta calle Stepán Razin, un cosaco
que se alzó contra el régimen con un
ejército de siervos liberados . Lo capturaron y fue arrastrado en 1671 por
donde paso ahora. Lo llevaban a la Plaza Roja para descuartizarlo. Entro a la
iglesia de Santa Bárbara. Como en todos los templos eslavos en la entrada hay
una pequeña tienda donde venden iconos y literatura religiosa. Le pido
información a la anciana que la atiende. Me explica:
-Esta
casa de Dios se construyó en 1514 en honor a Santa Bárbara, una mártir, mandada
a decapitar por su propio padre por
convertirse en cristiana. Un incendió la arrasó hace mucho tiempo y se
reconstruyó en 1795.Luego tuvimos un gobernante que se hacía llamar el gran
líder, camarada Stalin. En realidad era un tirano ateo. Cerró las puertas de la
iglesia y la convirtió en depósito de cualquier cosa. Aquí funcionó una
pastelería. Pero gracias a Dios la pesadilla se acabó y nos devolvieron el
templo.
Llego
hasta un museo que es la casa típica de un boyardo o señor feudal ruso. Se
llama Cámara en Zariade. Aquí nació Mijail Feodorovich , el fundador de la
dinastía de los Romanov. Data del siglo XVI. Tiene varios cuartos con
utensilios de la época. En la biblioteca hay diez libros enormes. La guía me
dice: “En aquel entonces esos pocos tomos se consideraban una biblioteca
grande”. En el sótano está “el cuarto de las riquezas”. Aquí se guardaba el
dinero, el oro de la familia. Tiene un baúl inmenso y una chimenea.
Salgo y camino hasta la Plaza Roja. Está casi
desierta. Contemplo los restos del Hotel Rossía. En el pasillo del Metro hay un
montón de palomas acurrucadas. Buscan calor, seguramente. En la casa me reciben
con vino, pescado ahumado y nueces de cedro.
VIERNES, 9 DE ENERO
16
grados bajo cero.
Vamos
hasta el Parque Sokolniki (de los halcones). Aquí los rusos se sienten como pez
en el agua, porque cae bastante nieve. Estamos en un bosque completamente
blanco por la nevada. En una plazoleta bailan los ancianos. Practican una especie de bailoterapia, mitad
nostalgia, mitad gimnasia para contrarrestar el frío. Un señor renco baila
animadamente. Una doñita se
mueve al compás de la música con su bastón. La juventud patina alegremente
.Natalí también lo hace, pero acusa el
fuerte frío. Yo doy un paseo en un trineo tirado por un caballo. Siento dolor
en las manos y los pies por el frío. Natalia me aconseja tomar un vaso de
glintvein .La tal bebida es vino caliente con canela, concha de naranja,
jengibre y clavos de especia. Varios sorbos reconfortan con un calorcito que
recorre todo el cuerpo. Almorzamos, y ya renovados vamos a la Ciudad de las Nieves, un
lugar con paredes y estatuas de hielo. De toda esta decoración gélida me atrae
el iglú o casa de un esquimal.
SÁBADO, 10 DE ENERO
11 grados bajo cero.
Ayer, después de la cena, conversamos sobre la
historia rusa. Serguei habló de Iván El Terrible, de la locura de Gógol en sus
últimos años y también de ciertas
ironías. Recordó, por ejemplo, que hace algún tiempo, durante el socialismo,
los rusos bromeaban con el siguiente chiste: “En los libros se escribirá que
Brezhnev fue un político de los tiempos de Ala Pugachova, una famosa cantante
rusa”. La ironía histórica radica en que Pugachova aún sigue siendo una
estrella del canto ruso, y de Brezhnev casi nadie se acuerda. En cada broma hay
un grano de verdad, por lo visto.
Voy a la iglesia de San Simeón. Fue creada en 1625 en madera. Más tarde, en
1679 , fue reconstruida en piedra. Gogol vivía cerca y la visitaba diariamente
para rezar. El escritor en sus últimos años hablaba sólo de temas religiosos,
del cielo, los ángeles, el infierno, los castigos para los pecadores, la vida
eterna, etc. De allí el rumor sobre su locura. En el lecho de muerte llamó al
sacerdote de la iglesia de San Simeón y le pidió una escalera. Para llegar al
cielo, tal vez.
En el tiempo de los soviets en esta iglesia
funcionaba una sociedad de protección de la naturaleza; y en vez de imágenes
sagradas tenía jaulas y animales. Yo pasaba cerca de ella cuando visitaba Don
Knigui, una libería muy grande, ahora transformada en centro internacional de
venta de libros.
En la noche
asisto con Natalia y Natalí al Teatro Mali. Tenemos boletos para la obra
de Chejov El Jardín de los Cerezos, pero al entrar nos enteramos que fue
cambiada por una de Ostrovski, un reputado dramaturgo que retrató la vida
cotidiana de la Rusia
del siglo XIX. La pieza en cuestión (llamada “No teníamos ni un kopeck y de repente apareció un altín”. El
altín es una moneda antigua de plata.) trata de
un señor que sólo habla de sus dificultades económicas y envía a su
sobrina a realizar los trabajos más denigrantes para subsistir. El tal señor,
muy avaro, se suicida al perder un fajo del dinero que siempre mantenía
escondido. Luego se descubre toda la riqueza que tenía acumulada; y esta
circunstancia salva a la muchacha de seguir degradándose. En fin , una comedia
sencilla con algunos momentos de humor. Salimos del teatro y caminamos cerca de
una estatua de Ostrovski, sentado, pensativo y muy serio.
DOMINGO, 11 DE ENERO
2
grados bajo cero
Con
Serguei hablamos de Tsereteli el escultor del momento, cuyas obras monumentales
están en varios sitios de Moscú y en algunas ciudades como Paris y Nueva York .
Son impresionantes el monumento a Pedro El Grande en el rió Moskva y el complejo conmemorativo de la
victoria de los rusos en la segunda guerra mundial en el Park Pobedi. Tiene su
propia galería de arte y prácticamente participa en cualquier proyecto
urbanístico de Moscú. Cuando le preguntan cómo hace para hacer tantas cosas,
contesta inmediatamente: me levanto temprano.
En la noche vamos al cine. La película que
está en primer lugar en la cartelera es Stiliagui (Presumidos). Retrata la vida
de la juventud soviética en los años cincuenta del siglo XX. Muchos jóvenes de
la época de Jrushov querían imitar a sus
contemporáneos del mundo en sus vestidos, peinados, música y bailes. El Partido
Comunista los catalogaba de decadentes, de “steliagui-presumidos que habían
sucumbido ante las tentaciones del capitalismo. Los muchachos del Komsomol se
organizaban en brigadas para perseguirlos y castigarlos por traidores a la
patria. Nadie podía tener inclinaciones personales, sino seguir las pautas del
colectivo. Esa era la consigna para formar el hombre nuevo, según los jerarcas
del régimen soviético. El héroe del film es un muchacho, miembro ejemplar del
Komsolmol que se convierte en steliagui. Su nombre es emblemático, y allí el
gran problema. Se llama Mels. Sus padres lo llamaron así al tomar la primera
letra de los grandes teóricos del socialismo: Marx, Engels, Lenin, Stalin. Otro
joven steligui es hijo de un hebreo. Su padre trata de convencerlo para que
abandone ese camino peligroso que el gobierno no tolera. Una vez lo increpó
duramente y le preguntó: ¿sabes para qué tenemos esa maleta detrás de la puerta
con las cosas lista para salir de casa?. El mismo padre le contesta: “para
llevarla a la cárcel en el momento en que nos declaren traidores a la patria.
Así estamos preparados en muchos hogares. Son tiempos sombríos”.
LUNES, 12 DE ENERO
La
temperatura oscila entre un grado bajo cero y uno por encima. La nieve cae,
pero no termina de llegar al suelo cuando ya se ha convertido en lluvia. Los
techos de las casas son limpiados por obreros que lanzan pedazos de hielo. De
esa manera se evita que una de esas masas congeladas caiga por su propia cuenta
y provoque un accidente.
Por
la avenida Lénin llego hasta la el Hospital Nro 1 de Moscú Nikolai Pirogov.
Allí está la iglesia del Santo Zarievich Dimitri de la Asunción. En ese mismo templo durante
mis estudios de medicina pasé el curso de oftalmología, y Natalia trabajó en la
maternidad. Entonces nos llamaban la atención los pisos hermosos de una
cerámica antigua y algunos iconos que aún se conservaban en las paredes. Ahora
los feligreses escuchan misa, cantada desde un balcón.
El hospital lo construyó en 1801 el príncipe
Golitsin en honor del heredero del trono
de los zares, el joven Dimitri, asesinado en 1591, tal vez por Boris Godunov
para quedarse con el trono. La gente empezó a adorar al zarevich muerto, y se
decía que su alma ayudaba a los enfermos. El hospital se inauguró en calidad de
institución para pobres, y al morir su fundador, el príncipe Golitsin, fue
enterrado en la iglesia. En 1818 los bolcheviques exhumaron sus restos y
tomaron la urna de bronce para fundirla y “emplearla el algo más útil para la
revolución”.
En 1812 Napoleón tomó el hospital, donde
trabajaron médicos rusos y franceses
mancomunadamente para atender a
los soldados heridos de los dos bandos. Cuando los galos intentaron volar el
Kremlin, sólo algunos vidrios del hospital se rompieron por acción de las ondas
expansivas.
En 1881 el zar Alexander I asistió a la
iglesia para rezar después de su coronación y alabó la noble actitud del
Golitsin que dejo su fortuna para construir un centro de salud.
En el hospital trabajaba de médico el suegro de Alexander Borodín. Este último, también médico y compositor, solía quedarse
en la residencia, ubicada en el mismo nosocomio. Allí escribió su célebre opera
El Príncipe Igor.
Durante
la segunda guerra mundial el hospital, prácticamente era el único que atendía
heridos en pleno bombardeo.
MARTES, 13 DE ENERO
3
grados bajo cero.
Los cuervos granznaron toda la noche. Natalia
y Natalí visitaron la casa de los padres de Alexei. Parece un museo, dicen. El
orgullo de Victor y su esposa son sus propios retratos en los que él es el
emperador y ella la reina. Bueno, “soñar no es malo, malo es no soñar. Además,
no cuesta nada”. Así dice un refrán ruso. Ese tipo de pintura la acepto como
caricatura, porque de otra manera es completamente ridícula.
Vamos
a la oficina de correos para enviar unos libros. Entramos a la Casa del Té, un edificio
impresionante por sus detalles arquitectónicos coloridos y que recuerdan a las pagodas chinas. Cerca
del correo está un establecimiento que
llama la atención por su nombre: BAR LOS MALOS HÁBITOS.
Caminamos por el boulevar de Griboedov, donde
está la estatua del antiguo militar ruso. En el Metro llegamos hasta la Biblioteca Lénin ,
que tantos recuerdos me trae de mis tiempos de estudiante. Un Dostoyyeski, marmóreo y pensante, cuida la entrada del
recinto de libros.
En un arbolito de navidad artificial se
esconden cientos de gorriones. Uno se acerca y ellos se alborotan y vuelan para
introducirse nuevamente en su morada. En Arbat una tabla memorial indica el
apartamento donde vivió el poeta Pushkin luego de casarse. Entramos al
restaurant Iolki Palki . Es acogedor. Tiene retablos con temas de la historia
de Rusia y cabezas disecadas de osos.
En casa veo por tv un reportaje sobre un pope
y sus 17 hijos. Lo sorprendente de la noticia es que aquí nadie se sorprende.
En la noche nos relajamos con vodka.
MIERCOLES, 14 DE ENERO
Voy
al templo de Cristo Salvador. Es el más grande de Rusia. Se construyó por más
de 40 años para celebrar la victoria sobre Napoleón Bonaparte en 1812. Fue
inaugurado en 1883 en presencia de
algunos pocos viejos soldados
sobrevivientes que enfrentaron a los franceses. En 1931 lo dinamitaron por
órdenes de Stalin. Se argumentó que “no tenía valor artístico y era símbolo del
militarismo”. En su lugar se hizo una piscina olímpica porque al derrumbarlo
apareció agua. Se decía que el manatial era indetenible. La gente interpretó el
hecho como una señal mística. En el 2000 nuevamente fue levantado el templo que
tiene más de 100 metros
de altura, la superficie de 80
metros simboliza la
Plaza Roja , y su capacidad es para diez mil
personas.
Escucho una conversación de un hombre con una
de la viejitas del templo. Él, tomando una imagen, pregunta:
-¿Quién
es ella?
-Es
la Virgen María.
¿Usted es ateo?
-Si.
-
¡Dios mío!
-No
creo ni en mi mismo.
-No
creer en nada ya es una creencia. Usted en realidad es religioso.
Salgo
de la misa. Afuera el frío ha arreciado, los caminos se han congelado y están
muy resbaladizos. Me acerco a la estatua del zar Alexander II, quien terminó la
construcción del templo. Allí se recuerda que fue un gran reformador, hizo
mucho por Rusia y murió en manos de unos terroristas. Un hermano de Lenin fue
uno de los asesinos del zar. En tiempos soviéticos se nos hablaba de la acción
heroica que significó el ajusticiamiento del emperador.
Me llego hasta el Museo de Bellas Artes
Alexander Pushkin fundado en 1898 por Iván Svetaev, el padre de la poetisa
Marina Svetaeva. Tiene colecciones originales de arte de muchos países y
autores, desde la antigüedad hasta nuestros días. Camino por las salas:
Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma… Rembrandt, Rubens, Van Gogh, Monet, Cézanne, Picasso…
Hay una exposición especial de Turner con
cuadros provenientes de Londres. Allí están los paisajes del precursor del
impresionismo
JUEVES, 15 DE ENERO
En
el aeropuerto el oficial revisa mis cosas y pide colocarlas ante las cámaras de
un aparato con rayos X. Hago lo que me pide pero también sugiere que coloque un
cuadro que llevo en mis manos. Es de
Lenin, le digo. Si, contesta, métalo también, ya no creemos en es viejito.
La
imagen de Lenin la hicieron en forma de mosaicos unos soldados soviéticos que sirvieron en
Mongolia. Seguei me la regaló. La recogió en el basurero del edificio de su
trabajo. En otra época presidió majestuosamente alguna oficina gubernamental,
seguramente.
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