1979
15 DE ABRIL
Los estudios están duros. Después de las
clases de anatomía repaso por cuenta propia en la morgue, rodeado de restos de
cadáveres con un penetrante olor a formalina. Este detestable tufo ha hecho que
empiece a fumar. Apenas salgo de la morgue enciendo un cigarrillo. Es como si
quisiera liberarme de las partículas del conservante. Una vez me fumé una caja
completa de Partagás, unos cigarros cubanos muy fuertes que los rusos llaman
“los abortivos”. Me dio un dolorón de cabeza.
La cátedra de anatomía fue fundada por el
profesor Demetrio Zdanov, Individuo de Número de la Academia de Ciencias
Médicas de la Unión Soviética. Al mismo tiempo Zdanov, quien fue
presidente de la Asociación Internacional de Anatomistas, dirigía la cátedra de
anatomía del Instituto Médico de Moscu Nro 1, que lleva el nombre de Sechenov,
precursor de Pavlov en las investigaciones del sistema nervioso .
En la entrada de la cátedra hay
un cuadro de la Lección de Anatomía del Doctor Tulp ,de Rembradt. Arriba del
mismo una inscripción: “Aquí los muertos ayudan a los vivos”. Luego están tres
auditorios o salones con mesas de mármol para colocar el cadáver. Con sólo
dejar el documento de identificación uno puede retirar replicas de huesos para
llevar a casa y estudiar. En el sótano esta la morgue propiamente. Entramos a
la clase no más de siete personas con un cadáver. Pero las lecciones
magistrales son para todos, se hacen en un anfiteatro amplio y son dictadas por
Nina Vasilevna Krilova, una señora gorda pero muy alta, enérgica y dinámica.
Una vez se me acercó, me acarició el afro y me dijo: es mejor que un gorro para
protegerse del frío.
El Museo de Anatomía tiene dos
pisos. Alberga exposiciones, preparados en formol y huesos de todas las partes
del cuerpo humano. Hay una galería de retratos con los más destacados hombres
en la historia de la anatomía. Las vitrinas tienen al lado mesas y sillas para
estudiar. Yo suelo entrar a ese recinto con respeto y en silencio como si
estuviera en un templo.
En las pruebas, Kopeikin, un
profesor joven, acostumbra hacer un corte con el bisturí en cualquier parte del
cadáver y preguntar repentinamente el lugar anatómico que seccionó. En una
ocasión Vera Pavlovna, una profesora de origen belga, reprendió a alguien que
colocó su gorro invernal sobre la cabeza de un modelo plástico del cuerpo
humano. ¡Tenga usted una conducta acorde con su condición de futuro médico, el
cuerpo humano es sagrado, respete!, le dijo.
Cuando me correspondió preparar
unos músculos, en cuanto hice un corte una pelotita de grasa saltó hasta mis
labios. Escupí y dije unas palabrotas. Emma, la profesora me llamó la atención
por las supuestas groserías. Me defendí negándolas. Entonces me espetó: “no
mienta, que por lo menos entiendo del español las mentadas de madre”.
Una vez Yura, un estudiante ruso
parecido a un simio y que siempre estaba deprimido, en una lección con el
cadáver de una anciana, observó en el mismo, en un muslo, cerca de los
genitales un tatuaje en forma de corazón con un letrero: “Sergio, te amo”. Desde
ese entonces Yura anda más pensante, más
lúgubre y mascullando que vivir es muy triste. Se dan cuenta – dice – la vida
es nada, todo se acaba. Esa mujer amó, y ahora está aquí , desnuda bajo
nuestros cuchillos.
Creo que Yura se está volviendo
loco.
JULIO-AGOSTO
Son tres días en tren desde
Moscú hasta Kazajstán, el país de las estepas, y el Valle de las Piedras, donde
las dunas cantan al soplo de los vientos
y se encuentra el cosmódromo Baikonur,
rampa de lanzamiento del primer hombre al espacio.
El viaje se hace ligero, la lectura
hace olvidar las distancias. A veces
conversas amenamente con los compañeros del vagón, juegas al ajedrez o te
entretienes en la ventanilla observando los paisajes móviles: estaciones con
gente apresurada, árboles grandes, rieles paralelos, trenes en sentido
contrario que dejan un ruido sordo, pueblos con casas de madera, hombres
trabajando en un huerto o arreando vacas.
Sueñas con el traqueteo del tren.
En la mañana tomas el té caliente, y eso cae muy bien en el estómago.
Atravesamos los Montes Urales con su
vegetación impresionante; la estepa, el desierto, arena y piedra para
entristecerse y reflexionar. Tal vez
contemplando un paisaje similar de
inhóspito, el poeta ucraniano Tarás Shevchenko escribió:
-El desierto
no tiene verdor alguno, sólo arena y piedras. Uno se siente tan triste, que dan
ganas de ahorcarse”. Bueno, no era
para menos: estaba preso.
Luego el espíritu se reconforta: aparecen
pinares y ajenjos, bosques de bayas y setas.
Más tarde vemos las yurtas, las viviendas de los pastores, cónicas, de
piel de oveja y cercas de madera.
En el 1218 Gengis Khan invadió Kazajstán, el
cual pasó a formar parte del Imperio Mongol, conocido mejor como la Horda de Oro. Después de
muchas guerras los kazajos decidieron unirse a la Rusia zarista en 1731. Con
el triunfo de la revolución rusa en 1917 los marxistas organizaron al pueblo, y
en 1919 los kazajos rojos derrotaron a los blancos. En 1920
Kazajstan se declaró socialista y empezó
la cooperativización de la agricultura a través de los koljozes.
Vivíamos
en el koljoz “18 años de Kazajstán”, cerca de Shortandí, en una casa de paredes
muy anchas. De día el calor era
agobiante, y de noche hacía mucho frío. Estuvimos
en Selinograd y en Alma – Ata, la capital.
Almá – Ata es la ciudad de los manzanos, las calles rectas, los canales
y las fuentes refrescantes. Visitamos el
Teatro Académico Kazajo de Opera y Ballet “Abái”, contemplamos la montaña de
Koktiubé. Precisamente estuve en esta
ciudad el año pasado, en 1978, año cuando se celebró allí la
conferencia internacional de médicos y en cuya declaración se definió el
concepto de atención primaria de salud.
Mi brigada se llama Los Ingenieros.
Las brigadas estudiantiles de trabajo
voluntario permiten obtener un dinero extra, pero también es una actividad
idealista: una parte de lo ganado será destinado a un fondo de solidaridad con
los pueblos en lucha contra el imperialismo, el neocolonialismo, el fascismo y
la reacción. Así nos lo transmiten. Así lo repetimos con orgullo. En 1978 y ahora en 1979, aportamos tres días
de nuestro trabajo a esos fondos
solidarios.
Nuestra labor se relaciona con la construcción: hacemos casas con
paredes hasta de un metro de grosor y techos compuestos de varias capas de
diferentes materiales, aserrín y cemento. Este tipo de viviendas tiene una
ventaja: cuando hay nieve produce calor, y al contrario, durante la estación
calurosa son frescas porque no las
penetra la luz solar.
Nos levantamos temprano,
y luego del desayuno nos dirigimos a la construcción. Usamos muchas piedras,
las cuales cargamos en parihuelas; y esa es precisamente una de mis
ocupaciones. En la tarde descansamos. Los sábados son también laborales; pero
los domingos son de fiesta. Varias veces, al aire libre, hicimos la típica
parrilla rusa o shaslik. La cerveza
la traían en barriles y nadie se preocupaba en enfriarla. Era una cerveza
fuerte y de un amarillo oscuro. A veces la fiesta era en un salón con música en
vivo y mucho vino. Recuerdo un vino tinto ácido llamado Agdám que vendían en
botellas pequeñas.
Observé que en el campo la gente solía andar en sus caballos y que la
estepa es muy similar a nuestro llano. En un momento de nostalgia empecé a escribir
unos cuartetos dedicados a Páez:
Gama de soplos raudos tendida sobre el llano
un retazo de sol ruboriza el ocaso
flameando en lo infinito su palpitar de arcano
va bordeando laguna sobre la hierba el paso.
Alba de claroscuro, canto de ave perdido
el rancho entre palmeras, en celestial reposo
romance del coplero, armonía de un bramido
prisionero el lucero del remansado pozo.
Luego seguía una retahíla
de las mismas estrofas cursis con expresiones que invocaban
a la mitología, Páez-Aquiles-Marte, rayos serpenteados, éter escarpado,
infierno de Dante por batalla feroz, galope fragmentado, fulgor de metales,
tropel en arrojo, tolvaneras, hecatombe; y un montón de otras ridiculeces,
probablemente inspiradas en Venezuela Heroica , en Zárate y en una obra que cayó en mis manos hace un tiempo, un
libro voluminoso llamado Versos al
General José Antonio Páez. Entonces comprendí que en el subconsciente
colectivo venezolano es Páez el héroe de mayor atractivo a la hora de recrear
con la literatura nuestra historia
porque encarna la materialización de la gloria a partir de la nada .El propio
mito, pues.
El presidente del koljoz, un señor entrado en años y que siempre llevaba
un sombrero pequeño, solía venir a nuestro campamento. Decía que su empresa
había cumplido con los planes del año con muchas ganancias y nos obsequiaba
carne, leche y mantequilla, productos que normalmente no se veían en otros
koljozes similares.
En 21 de agosto se celebra el día del constructor. En esa fecha los
dirigentes de la brigada son derrocados simbólicamente y se decreta una
parranda general. Durante el golpe de estado se dicen cosas muy duras, sólo
permitidas para esa ocasión. Por ejemplo, los líderes del golpe criticaban a
las autoridades estudiantiles. Estas acusaciones, para un buen entendedor, son
una crítica general a todo lo que está pasando en la Unión Soviética.
La comida y el trago sobraban. Luego las autoridades entregaban reconocimientos
a los obreros-estudiantes. Conservo con cariño uno de esos diplomas con una
bandera roja, el rostro de Lénin , la hoz y el martillo y las palabras: “Honor
y gloria a los vanguardista de la
competencia”. El texto completo dice:
Carta de salutación al luchador de la Brigada Los Ingenieros, el
camarada Edgardo Malaspina.
Con sinceridad y de todo
corazón le agradecemos su participación en la Brigada Estudiantil
de toda la Unión Soviètica
“60 años del Komsomol Leninista”
En los aniversarios, 60 del
Komsomol y 20 del movimiento estudiantil para la construcción, Ud., hace un
digno aporte para poner en práctica las recomendaciones del histórico XXV
Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética y del Pleno de su Comité efectuado en julio de 1978
con respecto a la construcción de viviendas y otras estructuras para la
producción en el campo.
Su trabajo constituye una
luminosa página en los anales del movimiento estudiantil de brigadas
constructoras.
Le deseamos, estimado
camarada, una salud muy fuerte, felicidad personal, éxitos en los estudios, que
tenga siempre mucho entusiasmo en todo lo que emprenda. Multiplique y
fortalezca las tradiciones del movimiento estudiantil.
Recuerde, Ud, querido
camarada, todo lo que Ud ha construído con sus propias manos se lo agradece con
todo el alma el colectivo de este koljoz.
Siempre estaremos contentos
de verlo, como un representante de la Universidad de los Pueblos, en nuestras Tierras Vírgenes.
La Dirección
del koljoz. El Comité del Partido. El sindicato. El Komsomol. Cumpliremos con
el Quinquenio anticipadamente.
El presidente del koljoz me
entregó el diploma, me estrecho la mano y solemnemente me dijo:
- Camarada Edgardo. Usted está
contribuyendo a la construcción del comunismo .Ha aportado su granito de arena
para esa gran causa mundial.
Un
día nos invitaron a una yurta. Sentados
sobre el dastarján – un mantel en el piso -, probamos el beshbarmak, un aderezo
con carne de cordero, muy sabroso.
Mientras bebíamos el kumís, se dijo que para los kazajos la cultura era
no olvidar a las generaciones pasadas y venideras, hasta la séptima.
Uno de los pastores contó lo siguiente:
-Una vez nuestras montañas se
reunieron para hablar de la felicidad. La Montaña de Oro dijo:
- La
riqueza es el oro, hasta que no saquen el oro de mis entrañas los
kazajaos no serán felices.
-La felicidad no está en el oro
ni en la riqueza sino en la alegría. Con mi plata se hacen cuerdas de
instrumentos musicales y campanillas que hacen sonar música para hacer la vida
más alegre.
Entonces intervino la Montaña de Plomo:
-Riqueza, alegría...¿Y que
haremos cuando ataquen nuestros enemigos?. Necesitamos balas para defendernos.
Sin mi plomo no hay riqueza ni alegría.
-Sin mi cobre no se puede vivir.
Los calderos para cocer la carne son de cobre, los jarros para el kumis son de
cobre, los samovares para el té son de cobre. Sin mi cobre las pasarán mal.
Por último expresó su punto de
vista la Montaña
de Hierro.
-Lo que más se necesita es el
hierro. Los arados, los sables, las hachas y las agujas se hacen de hierro, y
no de oro , plata o cobre. El destino del hombre está en el hierro.
-Todas las montañas nos han
ayudado, por eso no nos hace falta nada, finalizó su relato el pastor.
Alguien empezó a tocar la dombra, el instrumento musical de los
lugareños. Las cuerdas, sonaron como
lejanas. Era una música extraña, (al
menos para mí) pero agradable.
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