BLOQUE 7

PREMIO FUNDARTE 2010

PREMIO FUNDARTE 2010
DIARIO DE MOSCÚ

PASEO EN TROIKA. PARQUE SOKOLNIKI

PASEO EN TROIKA. PARQUE SOKOLNIKI
EDGARDO MALASPINA PASEANDO EN TROIKA. MOSCÚ. 2009.

miércoles, 14 de octubre de 2015

DIARIO DE MOSCÚ.1989















1989








1989

25 DE ENERO


            La mañana estaba fresca y me había despertado más temprano que de costumbre.  Aparté la manta y sentí frío. Me dirigí a la ventana para abrir una claraboya borrando los arabescos que la helada teje sobre los vidrios.  Me gusta contemplar esos dibujos y pensar que tienen algún significado misterioso.  Hay algo atractivo en esos trazos que proporcionan placer y sosiego.  No es superstición, es la aceptación de un arte superior, espontáneo, natural: la nevada de la noche plasma sus líneas en medio de la soledad y el silencio.
            Afuera los gorriones picoteaban la nieve fresca como mirándose sobre su faz límpida.  Allá, las cornejas, esos pajarracos negros y sombríos, se disputaban un desperdicio.  Los pasos de los transeúntes apurados se alternaban con el crujir de las palas de las mujeres que limpiaban las veredas, apartando la nieve y arrojando arena sobre las mismas para evitar el resbalamiento.  Más allá, el bosque de abedules inmóviles, bajo una ráfaga menuda de nieve, configuraba un paisaje desolador.  “- Debe ser más triste morir en invierno”- pensé mientras apuraba los últimos sorbos del té aromático y caliente.
            Me puse el abrigo y, antes de partir hacia el hospital 64, compre los diarios: el Pravda y la Komsomolka.  Hacía bastante frío.
            Pensaba en muchas cosas, repasando mecánicamente las páginas de los periódicos sin leer, que no noté cuando y cómo empecé a desplazarme en el tranvía.
            Viajar en los tranvías de Moscú es como viajar a otros tiempos pasados, como vivir en otra época.  Viejos y descoloridos se mueven sobre sus rieles con sonido estridente.  Yo viajaba en tranvía para pasear, contemplar la ciudad, darle rienda suelta a mis ideas, soñar despierto y en fin huir del hastío de la realidad.
            Viajar en tranvía es para mí una ociosidad necesaria para escapar de la multitud sobresaltada, siempre como en busca de algo.  Así, meditando en el tranvía lograba encontrarme con mi yo, diluido en las preocupaciones cotidianas, en la rutina pegajosa y adversa.
            Llegué al mercado Cheremushki y de allí caminé hasta el hospital.  Recordé que en el hospital 64 me inicié en las prácticas médicas.  Entonces todo era una incógnita y había mucha ilusión y esperanza y alegría.  Nunca pensé que participaría en el entierro de uno de mis profesores.
            Estudiantes y profesores ya estaban reunidos cerca de la morgue, una construcción vieja, pequeña y sombría que en otros tiempos había servido de capilla.  Algunos fumaban y conversaban en voz baja.  Entendí que no se realizaría un velorio al estilo que yo conocía.  Aquí, por lo general, el cadáver reposa en la morgue, luego se realiza un acto fúnebre o mitin antes de partir al cementerio.  Todo culmina con la comida de exequias o pominki.  Allí se come y se bebe por la memoria del difunto.  Un vaso de vodka en el centro de la mesa simboliza el trago del que ya no está.  Se brinda por turno y cada uno habla de las mejores cualidades del amigo que partió.
            Entramos al pequeño recinto de la morgue.  En el centro reposaba el cadáver de mi profesora de fisiopatología, Tatiana Kazanskaia.  Me la imaginé deambulando por la calle Miklujo Maklaia, merodeando por la Facultad de Medicina, entrando a su laboratorio del tercer piso con unos conejos para sus experimentos.  Los aparatos, los tubos de ensayo, los animales inmovilizados en las mesas y los hombres y mujeres en batas blancas daban al laboratorio de Tatiana Kazanskaia una atmósfera de seriedad.  A mí me parecía que había un misterio de alquimia y ciencia moderna en todo aquello.
            Todos de pie, en aquella estancia triste y húmeda, contemplábamos el cadáver de la profesora que reposaba en un ataúd rústico, de madera recién trabajada y cubierto con fieltro rojo: era miembro del partido comunista.
            Frolov, el decano de la facultad de medicina y jefe de la cátedra de fisiopatología, declaró abierto el mitin fúnebre.  Le temblaba la voz, estaba demacrado y lloraba desconsoladamente.  “Es un absurdo”, repetía una y otra vez. 
            Casi todos los presentes fueron interviniendo.  Se habló de la calidad humana de Tatiana Alexandrovna, se recordaron situaciones cuando ella prestó su colaboración para solucionar un problema.  Dejaba un gran vacío con su partida.  Una mujer pequeña, regordeta con su cara de rata colorada reconoció la bondad y el amor por el trabajo de la difunta.  No sabía que pensar mirando a la mujer con cara de rata colorada.  Había sido una enemiga a ultranza de la profesora, una detractora despiadada.  Pero nadie debía alegrarse con la muerte de su enemigo, dijo un filósofo.  Quise decir algo, alguna cosa buena sobre mi profesora, pero no me atreví.  Recordé que hace algunos días atrás la profesora había celebrado su cumpleaños.  Tal vez levantó una copa y brindó cuando lo desearon muchos años más, con esa etiqueta para la ocasión muy a la rusa.  “Le deseo, estimada, largos años, salud siberiana, de bagatir, muchísimos éxitos en su vida privada y en le trabajo”.  Esa muletilla era algo común y corriente en los banquetes de ese tipo, aunque se pronunciaba tratando de ser original.  Le seguía un vaso de vodka, una copa de champaña o rara vez un brandy.  La vodka casera o samagón era frecuente.
            El decano declaró cerrado el mitin fúnebre y se hizo una pausa, un silencio como para meditar.
            Partimos hacia el cementerio por la avenida Lenin.  El cortejo fúnebre se componía de dos buses viejos y grises, en uno de los cuales iba el féretro.  Eran como las dos de la tarde y el cielo moscovita estaba tan nublado que ya empezaba a oscurecer.  En los buses estábamos compungidos y callábamos.  Con el ritmo agitado de todos los días la gente se movía por la nieve enlodada de las aceras.
            Llegamos al cementerio de Vaganskoe.  En la entrada una estatua de Vissostki, el trovador ruso más famoso, no puede ser más elocuente: de pie con las manos atadas a la espalda y en actitud desafiante, sus labios marmóreos parecen estar prestos para entonar una canción.  Creo que el escultor cuando trabajó en esta obra pensó en Prometeo.
            A un lado del cementerio se encuentra una capilla con sus iconos y velas encendidas.  A mi me pareció que los organizadores del entierro estuvieron deliberando si era pertinente o no llevar el cuerpo de la profesora hasta ese recinto religioso.  Privaron las convicciones ideológicas y el ataúd fue colocado sobre un trineo para ser arrastrado al interior del cementerio hasta la fosa. Pero Frolov era partidario de entrar a la capilla. Cuando le pregunté el por qué de su posición, siendo todos ateos, contestó sin vacilar: “por si acaso”.  Nos fuimos deslizando lentamente con nuestra carga.  Muchos llevábamos coronas con flores naturales.  Luego hubimos de esperar cierto tiempo por nuestro turno: en ese momento se realizaban varias inhumaciones en el cementerio y había una sola orquesta fúnebre para todas las ceremonias.  Milicianos se desplazaban con mucha destreza en esquís para mantener el orden.
            De pie, cerca de la fosa, esperábamos bajo los árboles sin hojas y escarchados.  Montones de nieve cubrían las tumbas vecinas.  El viento arrastraba esos cúmulos blancos y fríos y nos golpeaba en el rostro constantemente.  Un manto de nubarrones grisáceos cubría el cielo.
            La orquesta empezó a tocar una música triste y muy pausada.  La lentitud del ritmo imponía más dolor al momento.
            El ataúd fue bajado a la fosa al compás del himno nacional soviético.  Muchos le lanzaron monedas.  Luego en platos improvisados de papel se repartió la kutiá: comida típica rusa después del entierro que consiste en arroz con pasas.
            De regreso caminamos hasta el Metro.  Teníamos los pies húmedos, el bigote congelado y estábamos moqueando.
-        Es bueno tirarnos unos tragos de vodka al galillo -, dijo Pedro, un amigo centroamericano que estudiaba también medicina.
      Hablamos del sentido de la vida, de lo incomprensible de la muerte y de lo absurdo de lo eterno.  Bebíamos y pasábamos la vodka con pepinillos salados y pedazos de tocino con pan negro.
-        Estas vainas lo ponen a pensar a uno -, dijo Pedro.  Yo observaba por la ventana la calle solitaria.  El viento rugía y movía constantemente una puerta que daba un golpe seco.  La luz tenue de los faroles y la caída lenta de la nieve hacía más melancólica la noche.
- Es mas triste morir en invierno-, pensé mientras apuraba una copa de vodka.

5 DE FEBRERO
Estoy trabajando duro, afinando lo referente a la tesis .Espero con ansiedad la culminación del invierno para que la temperatura sea un poco más caliente. La televisión rusa habla de la toma de posesión del nuevo presidente de Venezuela el 2 de febrero. Los  periódicos también escriben artículos sobre el tema.

22 DE JUNIO

Ya empecé a tramitar mis documentos para la defensa de mi tesis y también para viajar. Es verano la mayoría de las instituciones educativas están con las puertas cerradas. Debo publicar un trabajo, que ya escribí, sobre mi tesis. Un folleto para enviarlo a todas las bibliotecas de país. Vivimos en el apartamento nuevo de Natalia en Borovskoe Shoce.

8 DE AGOSTO.

Natalia y yo partimos en tren hacia Paris. Casi a las 9 de la noche salimos de Moscú rumbo a Brest, capital de Bielorrusia y  frontera de la Unión Soviética con Polonia. Llevamos morrales con enlatados para un viaje rasante por varios países.

9 DE AGOSTO

Llegamos en la tarde en Paris, luego de pasar por  Alemania y Bélgica. Buscamos la dirección de un venezolano, pero no lo podemos ubicar. Damos vuelta por la ciudad y más tarde regresamos a la estación de trenes. Veo el trato que los franceses dan a los extranjeros y me parecen racistas. No entiendo lo que dicen, pero se puede suponen que no son cosas buenas porque gritan y andan con unos enormes perros que ladran tanto como sus amos.

10 DE AGOSTO

Vamos a los campos Elíseos y después de posar a  lado de la estatua de Bolívar vamos a  tomar café. Luego en  el Arco de Triunfo buscamos el nombre de Miranda. Un sentimiento patrio tal vez me guía. Por el Metro llegamos hasta la Bastilla o el obelisco que queda de ella. Por supuesto que subimos a la torre de Eiffel.

11 DE AGOSTO

En el Louvre no tenemos tiempo para ver tantos tesoros por eso trazamos un plan para buscar lo que más nos interesa. Hacemos la cola para cercarnos a la Mona Lisa. Intento tomarle una foto pero un vigilante me lo impide. Mi cámara fotográfica es muy grande y no puedo ocultar mis intenciones. Unos japoneses tienen unos aparatos diminutos y logran burlar la vigilancia. Luego buscamos la Venus de Milo, a la que logro fotografiar; Victoria de Samotracia, el Escriba Sentado y el Código de Hammurabi. Mis pasos están signados por el recuerdo de una asignatura de bachillerato que impartía un viejo profesor español, Heleno Toledo, en Las Mercedes del Llano. Decía Toledo en las clases de Educación Artística que había que dibujar el arte antiguo para ser menos ignorantes. Precisamente lo que garrapatee en sus exámenes fueron la Venus de Milo y el Escriba Egipcio. A Natalia le impresiona el Esclavo muriéndose de Miguel Ángel y la Joven Mártir de Paúl Delaroche.




14 DE AGOSTO

Estamos de regreso. Llegamos a Brest. Conocía a Bielorrusia a través de los relatos de la guerra.  Para los rusos la segunda guerra mundial empezó por la frontera de Bielorrusia, específicamente por Brest. Minsk, la capital de esa república, fue destruida y en los bosques de Polesie hicieron la guerra de guerrillas los partisanos.  Lo de la Fortaleza y Jatyn son cosas que después de conocerlas, de oírlas, te impresionan y nunca las olvidas.
            Hablaré primero de Jatyn, un pueblito quemado por las huestes hitlerianas con todos sus habitantes.  Los nazis encerraron en un establo a los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños.  Los rodearon de paja, rociaron con gasolina y prendieron fuego.  Disparaban contra el que intentaba escapar.  Pero una de las víctimas logró huir con su hijo.  Le acribillaron el niño entre las manos y a él lo dieron por muerto.  Contó la historia.  La imagen de un hombre con rostro de dolor y de espanto, y de un niño muerto en sus brazos, estremece, angustia, provoca tristeza, rabia y un sentimiento de identificación solidaria.  El hombre con el niño muerto, el fuego, el humo asfixiante y los gritos desesperados son una evocación inevitable cuando escuchas las campanas de Jatyn…
            De Minsk recuerdo sus calles amplias, sus parques y prados, la plaza de la Victoria y Teatro Académico “Yanka Kupalaª.  Brest, a orillas del río Mujavéts, parece tranquila.  Tal vez por las zonas verdes: allí el sosiego de un abetal, hacia otro lado, los abedules claros.  Aquí mismo un pinar, un robledal que da mucha sombra.
            La Fortaleza de Brest se encuentra cerca del río Bug.  Yo había oído y leído sobre el heroísmo de los defensores de ese fuerte militar.  Los alemanes atacaron en la madrugada, inesperadamente, de sorpresa.  Lucharon los de la fortaleza hasta más no poder, no se rindieron, pero lo barrieron.  Lucharon muchachos sólo por ideales, por patriotismo.  Tuvieron la muerte romántica de los espíritus puros, inocentes.
            La entrada a las ruinas de la Fortaleza de Brest es una estrella grande en un muro de concreto.  La gente en silencio pasea y contempla las huellas de un pasado terrible.  Te preguntas para que sirve la guerra.  Los hombres pelean, se matan, hacen las paces, lloran a sus muertos y luego recuerdan con amargura lo sucedido.
           


Una música triste se escucha en los recintos de la Fortaleza de Brest.  Te sientes como en un cementerio.  La voz de Levitán, el más famoso locutor ruso de la guerra, estremece las paredes rotas y las almas.  Anuncia el inicio de la guerra.  Luego escuchas ruidos: bombas, estampidos, disparos.  Te sientes como en la guerra, temes, piensas en aquellos años, en los hombres que tenían familias y muchos sueños por realizar, en las mujeres llorosas que acompañaban a sus esposos y veían impotentes como partían al frente, en los niños que quedaban sin papá.  Piensas en ese destino como algo un poco nuestro.
            Sigues caminando y observas pedazos de ventanas, troncos de árboles, balas incrustadas en el concreto, restos de metralla…
            Un momento, un busto de soldado, un rostro con facciones duras de arropa, te observa como juzgando todo y a todos.  Esa cabeza tallada en piedra refleja el dolor y lo inútil de la guerra.  Los pinos a su alrededor, con su verde festivo, parecen ser la esperanza.
            Ves las ruinas, escuchas la música fúnebre, piensas en la muerte y en el sentido de la vida.
20 DE OCTUBRE
Moisés Alperovich publico el libro “Francisco de Miranda y Rusia”. Creo que lo más resaltante del libro es que trata de demostrar que no existió ningún idilio entre el Precursor y Catalina II. Alperovich revisó todos los archivos de Miranda. Investigó documentos en Moscú, Leningrado, Viena y otras capitales europeas. Concluyó que  “las innumerables aventuras amorosas de Miranda  realmente se reflejaron de modo muy completo en las páginas de sus diarios, en extremo pormenorizado, con detalles picantes, describiendo vínculos incidentales con sirvientas, rameras y demás mujeres nobles de familias distinguidas. Pero no hay insinuación de un romance con Catalina.”


           
1 DE NOVIEMBRE
   Ya han caído varias nevadas. La perestroika avanza. Se siente una mayor democratización de la vida política, pero hay escasez de productos alimenticios que sólo se consiguen con tarjetas de racionamiento. El gobierno afirma que es un boicot de la oposición camuflada. Dicen camuflada porque oposición abierta o legal no existe en la URSS.

Hoy se realizó la defensa de mi tesis para optar al título de Ph.D en Medicina en las salas de mi alma mater , la Universidad Patricio Lumumba.
 En Moscú empezaban las primeras nevadas que se derriten al momento de caída acogedora y voluptuosa, presagio del invierno ruso, blanco y crudo.

Pertenecen al pasado cuatro años de estudios de postgrado, además de los siete de pregrado, en los centros hospitalarios de Moscú. Los experimentos con conejos en los laboratorios de la universidad y las largas noches de lecturas y borradores que parecían infinitas. Con nostalgia recuerdo mis visitas a la Biblioteca Central  de Medicina de la URSS, a la de Lenguas Extranjeras , y a la de Lénin, en cuyos recintos espaciosos, limpios y silenciosos se respira un halo de majestuosidad científica.


En la víspera del acto final para presentar la tesis pensaba tanto en las cosas que menciono que no pude conciliar el sueño y bajé tres kilogramos en una noche.

En la defensa hablé bastantes, hasta por los codos. Los amigos dicen que lo hice bien. A las preguntas contesté casi sin pensar, y en forma correcta, por lo visto. Los del jurado hablaron para alabar mi trabajo y votaron a favor. En mi discurso final agradecí al pueblo soviético la ayuda brindada en la universidad, al partido comunista de la URSS, siempre monolítico. También abogué por la construcción del socialismo y desee la pronta llegada del comunismo.


Unos días antes de la defensa pública sentí más tristeza que miedo. Tal vez porque en esta etapa que se cerraba también suponía el fin de un ambiente juvenil, de camaradería entre colegas que investigan algún tema científico; o porque pronto tendría que partir definitivamente de Moscú.

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